sábado, 15 de julio de 2017

Pareja descubierta

MONTERO SÁNCHEZ, Ángel, Pareja villa de los sínodos diocesanos de Cuenca, Guadalajara, Aache Ediciones (col. Tierra de Guadalajara, 97), 2016, 144 pp. [ISBN: 978-84-92886-91-3].

Pareja villa de los sínodos diocesanos de Cuenca es un libro especializado y, quizás por ello pudiera parecer un poco “denso” para el hombre de la calle, tan poco acostumbrado a este tipo de obras, tan específicas en su contenido.

Se divide en dos partes, una primera, a modo de introducción, escrita por Antonio Herrera Casado, perfectamente adobada con numerosas fotografías y grabados, que sirve de introducción a otra en la que se recogen algunos datos acerca de la antigua villa, como son su historia -al parecer, en la época romana pudo llamarse Parelia, aunque el nombre aparece en 1124 en un documento del deslinde entre Zorita y Almoguera: “et hic mons distenditur usque in guadielam; et inter guadielam et tagum sunt Parelia et Alcocer que sunt orientale, et his términos testificantur habere Zuritam”. (Julio González: Repoblación de Castilla la Nueva, Madrid, Universidad Complutense, 1976). Pero, en realidad, su nombre surge durante el tiempo en que perteneció a la tierra de Huete, donde consta en los documentos de la época como Paradeja (`lugar de prados´), como simple aldea-.

En lo referente a su patrimonio, del que se conservan numerosas casonas blasonadas, entre las que se encuentra la de los Tenajas, sobresale la iglesia parroquial, del XVI, construida por don Diego Ramírez de Fuenleal (o Villaescusa) en su primera fase (1530-1540), bajo la dirección de Pedro de Alviz (cabecera y crucero), y en la segunda (de hacia 1570), la de Juanes de Andut (que concluyó la nave principal con sus pilares, muros, cubiertas y coro).

También se hace alusión al Azud –en el que se recogen las aguas del arroyo Empolveda y fue construido el año 2008 con el doble fin de procurarse un mejor abastecimiento y de servir como atractivo turístico, ya que en él se vienen celebrando numerosos eventos deportivos acuáticos, entre los que destaca un gran triatlón anual-, y la famosa “olma”, de más de treinta metros de altura, que durante tantísimos años, -ya que según se dice fue plantada en 1540-, es otra buena muestra de su patrimonio y que sirvió como auténtico logotipo o seña de identidad de Pareja, hasta su muerte, víctima de la grafiosis, en 2015.

Aspectos estos que sirven de pórtico, como queda dicho, para conocer, aunque un tanto someramente, algunos datos sobre la diócesis conquense y su extenso episcopologio.

La segunda parte constituye el meollo del libro propiamente dicho y parte de su historia pretérita, puesto que la villa de Pareja estuvo incardinada y sometida a la jerarquía eclesiástica del Obispado de Cuenca. Pero para conocer los sínodos conquenses -que constituían uno de los principales elementos de gobierno de las diócesis por sus obispos- el autor, Ángel Montero Sánchez, comienza, como debe ser, por ofrecer al lector una síntesis de la historia de la diócesis de Cuenca y de sus obispos, origen y motivo del libro, comenzando por la Edad Media, puesto que dicha diócesis fue fundada en 1183 gracias a la concesión de una bula del papa Luciano III, es decir, seis años después de la conquista de Cuenca. En un principio, la diócesis abarcaba el antiguo territorio de otras tres visigodas anteriores: Ercávica, Segóbriga y Valeria y, hasta el siglo XX, en que los límites diocesanos se adaptaron a los provinciales, la totalidad de Cuenca y numerosas localidades de las de Albacete, Guadalajara, Toledo y Valencia.

Es también el periodo en que comenzó a construirse la catedral de santa María (1196) sobre el terreno que ocupaba antes una mezquita y cuyos obispos nombraba el rey castellano o el primado de Toledo, siendo nombrados posteriormente, a partir del siglo XIII, por la sala capitular.

Sea como fuere, el caso es que la mayor parte de los sínodos conquenses se celebró en la villa de Pareja, formando un conjunto de 23, que son los que recoge el libro por orden cronológico, desde el siglo XIV hasta el XX y se acompañan con numerosas imágenes de las actas correspondientes, así como los nombres y procedencias de quienes asistieron y qué determinaciones se adoptaron en ellos.
No vamos a describir minuciosamente todos y cada uno de los sínodos que en Pareja se llevaron a cabo y que se recogen en la edición que comentamos, pero sí vamos a poner un ejemplo claro de uno de los más significativos, con el fin de que el lector pueda hacerse una idea de cómo se desarrollaba este tipo de reuniones, que venían a equivaler a un nivel más o menos doméstico, lo que los concilios vaticanos a nivel ecuménico.

Así pues, podemos ver que el primero de los sínodos está datado el día 11 de febrero de 1364. A la sazón era obispo de Cuenca don Bernal Zafón, pero parece ser que antes de su labor sinodal ya existieron unas Constituciones anteriores, según se puede constatar a través del siguiente documento: “Recognitis igitur diligenter constitutionibus nostrorum episcoporum sancte Conchensis eclesie editis in diversis Sinodis, per eos diversis temporibus celebratis”, aunque en el caso hipotético de que tales sínodos se hubiesen llegado a celebrar, no se sabe a los que alude.

Sin embargo, las Constituciones del obispo Zafón sí se dieron a conocer desde el coro de la iglesia de santa María de Pareja, como seguidamente podrá verse: “edite sacra aprobante, consentiente et instante sínodo, lecte et sollemniter per notarium publicum infra scriptum publicate fuerunt in choro ecclesie loci nostri de Parelia,  undécima die mensi Februarii anno Domini millesimo CCCLXIIII” (Archivo de la Catedral de Cuenca. Manuscrito III, Libro 718, fols. 22 vuelto a 29 recto: Estatutos y Constituciones originales de la Santa Iglesia de Cuenca fechos por los señores Obispos que an (sic) sido de dicha santa iglesia y por el deán y Cabildo della, desde la era de 1.362 hasta el año de 1549, que se observan y guardan; y ansimismo, otros estatutos y concordias en el año de 1551), en pergamino encuadernado en piel sobre tabla (335 x 250 mm.),  Constituciones que, por orden obispal, se debían dar a conocer por sus arciprestes y vicarios en todas las iglesias de la diócesis.

Del mismo modo, en la Biblioteca Nacional de Madrid se conserva una copia de dichas Constituciones fechada en el siglo XVIII (Ms. 13.071, fols. 218-239), en la que se conservan los documentos recogidos según Real Orden de Su Majestad, en los archivos de la Ciudad de Cuenca por don Ascensio Morales, en 1750. Documento que fue publicado recientemente en Synodicon hispanum, Tomo X, Cuenca y Toledo, Madrid, Biblioteca de Autores Cristianos (B.A.C.), MMXI, págs. 15-39.

En dicho sínodo participaron, perdónesenos la prolijidad, Martín Fernández, deán de la catedral de Cuenca; Juan Lobo, arcipreste de Alarcón; Rodrigo Fernández, canónigo de Cuenca; Mateo Martínez, Pedro Fernández, Pedro Martínez de Castro y García Munión (tal vez por Muntión), arciprestes de Cuenca y Alarcón los dos primeros; Juan Sánchez, de Huete; Pedro Sánchez, de Cañete; Miguel Pedro, de Belmonte; Juan Martínez, de Montalbo, y Juan Martínez, de Huete; así como numerosos vicarios y procuradores del clero episcopal, así como el notario Guillermo de Isla, presididos por el obispo Bernal Zafón y que, fundamentalmente se destinó a exponer una especie de Catecismo o Manual para la instrucción de los clérigos rurales y laicos en el que se analizan al detalle el Credo, los Sacramentos, los Mandamientos de la Ley y las Obras de Misericordia, viniendo a ser una especie de diccionario escrito en latín y traducido al romance para su mejor comprensión por el clero inculto y la feligresía.

Después de la celebración del sínodo correspondería al capellán mayor de la iglesia de Cuenca, así como a los clérigos de la ciudad y la diócesis, la publicación, de viva voz, en las misas solemnes de los primeros Domingos de Adviento, de Cuaresma y de Pasión, de los temas tratados en él y que los parroquianos estaban obligados a oír, so pena del pago de treinta maravedís para obras de misericordia.

Del mismo modo se estableció que el primero de Mayo de cada año tendría que celebrarse en la ciudad de Cuenca un sínodo al que debían asistir el deán, los capitulares catedralicios, los arciprestes y los vecinos del clero del obispado, representados por uno o dos procuradores, recordando que los que no asistiesen deberían colaborar a los gastos del mismo.
También ordenó el obispo que los clérigos de fuera de su diócesis no fuesen admitidos para celebrar los oficios divinos, bajo pena de cien maravedís y, de paso, ya que el ocio fomenta el pecado, redujo las fiestas religiosas a cuarenta y cuatro, más los domingos y la festividad local de cada parroquia. Igualmente ordenó que los testigos falsos y los que inducen a que otros incurran en falso testimonio, fueran admitidos en los templos y que, incluso, no se les diese sepultura eclesiástica y, para que se sepa, que esto se haga público en las misas de Navidad, Resurrección, Asunción de la Virgen y de Todos los Santos.

Además dicho sínodo contiene numerosas disposiciones alusivas al clero, puesto que, al parecer, su realización se dirigió, casi por completo a él. La mayor parte son muy llamativas y sorprenden al lector de hoy. Veamos algunas: Los clérigos no tengan el cabello demasiado largo ni barba, pues puede suceder algo indecente al sumir la Sangre de Cristo, bajo pena de diez maravedís, haciéndose la tonsura y cortándose el pelo sin que sobresalga de las orejas; se les prohíbe jugar dinero a los dados; sobre los clérigos que permanecen en excomunión largo tiempo; que los que tienen algún beneficio eclesiástico deben permanecer en las iglesias de sus beneficios para poder disfrutarlos, a no ser que tengan dispensa del obispo; que ningún sacerdote presida la misa nupcial de alguien que no sea de su parroquia, bajo pena de 300 maravedís; que no retengan parte de los diezmos y que los entreguen totalmente; que los ordenados in sacris recen devotamente las horas canónicas; en la celebración de la misa, prohíbe a los clérigos que asista la mujer o el hijo del celebrante; que no se celebre misa sin misal y sin velas encendidas, bajo pena de 30 maravedís, que se aplicarán a la compra de velas para el altar, etcétera.

El libro se completa con una colección de XV apéndices que parten de un Privilegio de Alfonso VII concediendo a san Julián, obispo de Cuenca, las villas de Pareja, Parejuela, Chillarón, Tabladillo y otras aldeas (1198), hasta 1538.

Un libro aparentemente“denso”, como indicamos al comienzo, que aporta numerosos datos acerca de Guadalajara y los pueblos que antiguamente pertenecieron a la diócesis conquense, en el que es fácil encontrarse con numerosos topónimos de lugares que, en algunos casos ya no existen o conocer sucesos que han ido conformando la historia y la forma de ser y de pensar de las gentes de la zona de Pareja.

Un libro que no debe faltar en una biblioteca de temática provincial, al que damos nuestra más cordial y sincera enhorabuena, así como a su autor por hacernos entrega del mismo, que significa muchos años de labor desinteresada.


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