sábado, 22 de abril de 2017

El romancero del Cid, parte V

(LABRADOR HERRAIZ, José J. (coord.), HYSTORIA / DEL  MUY / NOBLE, Y VALEROSO / CABALLERO, EL CID / Ruy Diez de Biuar: / En Roman- / ces: En  lenguaje antiguo. / RECOPILADOS POR / Iuan de Escobar. / DIRIGIDA A DON / Rodrigo de Valençuela, Regi- / dor de la Ciudad de / Andujar. / EN LISBOA. / Impressa con licencia de la Sancta In- / quisicion: Por Antonio Aluarez. / Anno M.CCCCCCV., México, Frente de Afirmación Hispanista, A. C., 2017, 398 pp. José J. Labrador Herraiz (Preámbulo), Arthur Lee-Francis Askins (Prefacio y actualización bibliográfica) y Arthur Lee-Francis Askins (Introducción). [ISBN: 978-84-617-7060-1].
V
La serie de Alcalá continua este conjunto con el conocido e importante ROMANCERO E HISTORIA DEL MUY VALEROSO CABALLERO EL CID RUY DIAZ DE BIVAR, EN LENGUAJE ANTIGUO (editado por los herederos de Juan Gracián, a principios de 1612), o lo que es lo mismo, la segunda impresión española del romancero, abanderada de una serie posterior de ediciones que vio la luz en diversas localidades españolas y extranjeras y cuyos últimos estertores alcanzaron el año 1829.
Se trata de una edición en la que se sigue manteniendo la dedicatoria anterior, a Don Rodrigo, del soneto laudatorio a Don Juan Méndez y, los ciento dos romances, que indican su perdurabilidad y firmeza, como ya vimos que sucedía también con otras  ediciones de la presente serie y con otras como la de Córdoba, al tiempo que remiten a su personalidad individual, de modo que, al igual que con los libros de la serie cordobesa, no es menos importante centrarse y estudiar detenidamente las fuentes de la edición alcalaína, de 1612, toda vez que ambas proceden de lugares distintos.
La de Córdoba, vimos con Askins, había manejado las anteriores, pertenecientes a la Chronica del famoso caballero Cid…, pero no así la de Alcalá, que se sirvió de la edición de Lisboa de 1611, al imprimirse de nuevo su aprobación en la misma lengua portuguesa de Manuel Coelho y seguirla en algunas formas textuales, como puede apreciarse si la comparamos con la de 1605, además de habérsele añadido las tres opiniones siguientes:
A. Tassa. Yo Diego Gonçalez de Villaroel […] doy fee, que auiendose visto por los señores del vn libro intitulado Romancero, e Historia del Cid, tassaron cada pliego del dicho libro a tres maravedíes: y mandaron que a este precio se venda, y no a otro alguno: y para que se sepa se ponga esta tassa a principio de cada libro. Y para que dello conste […] y de pedimiento de Bartolomé de Selma, di esta fee, en Madrid a diez y seys de Diziembre de mil y seiscientos onze. Diego Gonçalez de Villaroel.
B. Vi este libro de Romances del Cid, y concuerda con su original. Dada en Alcala en 12 de Dizie(m)bre de seiscientos y onze años. El Maestro Sebastian del Lirio.
C. Licencia. […] a Bartolomé Selma impresor de libros, y vezino de la Ciudad de Cuenca, para q(ue) por esta vez pudiesse imprimir y ve(n)der [vn] libro titulado intitulado, la Historia del Cid que otras vezes ha sido impresso que va rubricado de mi rubrica […] y firmado […] con que después de impresso y antes q(ue) se venda, le trayga […] juntamente con el original para que se vea si la dicha impression esta conforme […] y que se trayga fee en publica forma […] y que el impresor que imprimiere el dicho libro, no imprima el principio y primer pliego del ni entregue mas de vn libro con el original al autor […] hasta q antes y primero el dicho libro esté corregido, y tassado […] y estando fecho, y no de otra manera, pueda imprimir el principio y primer pliego, en el qual seguidamente se ponga esta fee y la aprouacion de la tassa, y erratas […] en Madrid a tres de Setiembre de mil y seiscientos y onze años. Diego Gonzalez de Villaroel.
Donde, como queda a la vista, la tasa y la corrección corresponden al propio romancero, mientras que la licencia, algo imprecisa, deja ver, al igual que lo sucedido en Córdoba, su uso en otra edición de la Crónica, en prosa, financiada por el mismo Selma[1].
Por lo que se sabe de la impresión de Alcalá de 1612 se hicieron dos reimpresiones que la copian en todo, excepto en las fechas de las licencias: Alcalá, 1615 y Zaragoza, 1618, además de otra colección más, proyectada por el editor segoviano Diego Flamenco, para lo que solicitó y recibió licencia el mismo 1618, aunque quedó pendiente hasta 1621, eso sí, llevando una nueva serie de licencias firmadas por Francisco Murcia de la Llana y por Lázaro de Ríos y Pedro Montemayor del Mármol, que conserva completo el título original, la dedicatoria, el soneto y la aprobación de Manuel Coelho, aunque traducida al castellano, lo cual significó un nuevo empuje que se sigue con total fidelidad en las ediciones de Madrid, 1625 y Segovia, 1629 (debida nuevamente a Flamenco), para la serie que comentamos siguiendo al Dr. Askins.
Poco más tarde, en 1650, vieron la luz otras dos ediciones efectuadas en Madrid: una por María de Quiñones y otra, por Díaz de la Carrera, ambas desconocidas hoy, aunque se asegura que una de las dos es pieza clave para el seguimiento de la rama base de la serie que comentamos, dado que se había vuelto a utilizar la aprobación de Coelho en castellano, el título, el soneto y la dedicatoria, según los había publicado Diego Flamenco, en los que además se incluía una nueva serie de licencias, a modo de tercer impulso, firmadas en 1650 por nuevos censores[2], que después se incluirían en las ediciones de Madrid de 1668 y Pamplona de 1706 y que también sirvieron para tiradas tan modernas como las de Madrid 1818 y Francfort, 1828 y siguiente, como ya vimos más arriba, a pesar de la supresión de los preliminares, por haber quedado ya obsoletos.
Las ediciones continúan, puesto que Askins se refiere a dos más, paralelas, que proceden directamente de la de Diego Flamenco y 1621, que mantienen la aprobación de Coelho (en castellano), pero de la que se desvían por otros aspectos: las de Madrid y Alcalá de Henares, ambas de 1661, dedicadas, ex novo, a Don Christoval de Gabiria, sin datar, pero ubicada cronológicamente, con gran seguridad, en los años1670, tipográficamente muy inferior, a las que hay que añadir las de Madrid, 1688 y su reimpresión  de Cádiz de 1702, sin dedicatoria alguna, y en busca de licencia.
La de Madrid, 1695 y su reimpresión pucelana [1695] también carecen de nuevas licencias, algo que, del mismo modo, sucede con las de Madrid de 1726 y la reimpresión, también de Valladolid y 1747.
Queda, por lo tanto, aclarada más o menos la extensa serie de la historia bibliográfica de la serie de Alcalá de Henares, cuya primera luz se vio en 1612, con sus distintas variantes, aunque quedan todavía otras, hoy en paradero desconocido, que posiblemente sean filiales de esta serie y que, al decir de Askins, cuando sean encontradas, si es que llega a darse el caso, podrán ser conocidas por sus características propias, contribuyendo con ello a conocer con mayor calado la historia de dicha serie: Valencia, 1629 [dos: May, Guriz]; Madrid, 1650; [dos: Quiñones, Díaz de la Carrera]; Madrid, 1661; Madrid, 1662; Madrid, 1668; Pamplona, 1702; Madrid, 1746; Barcelona, 1757; y Londres, 1825, de las que, por el momento, sólo es posible conocer, aunque de forma imperfecta,  escasos datos, por ejemplo, que la edición de Madrid de 1661 es de María de Quiñones, que publicó una de las ediciones matritenses, la de 1650, o la que el mismo año le sirvió para sacar las licencias de la de Madrid de 1668 (“por llevar ésta las licencias del nuevo turno de revisores firmadas en 1650”), y la también de Madrid, 1685, modelo evidente de la de 1695, de cuyos mismos tórculos procede.
Finalmente veremos, aunque muy someramente, el apartado tercero del estudio introductorio de Askins, referido a las Fuentes del Romancero de Escobar, que nace con las siguientes palabras:
Acorde según el mio, en escoger esta obra, tan humilde para dedicarla a vuessa merced, aunque de algún trabajo, por auer buscado tantos Romances, y ponellos en concierto como aquí va(n) […] y en romances a lo antiguo, y algunos tan antiguos, que ya casi no auia memoria dellos.
Palabras, por cierto, las de nuestro compilador Escobar, con las que viene a abocetar lo que será su libro, realizado en base a los romances recopilados y cuyo conocimiento permite conocer en profundidad qué libros, antiguos y modernos, pudo emplear a comienzos del siglo XVI, y la gran importancia de “ponellos en concierto” para un mejor conocimiento de la historia del romancero español y de su transmisión, aunque, al parecer, Escobar se preocupara de algo más que de aunar los textos recogidos y ponerlos siguiendo lo que podríamos considerar como su orden lógico, antes de publicarlos.
Según se desprende de la lectura del texto fue muy posible que el autor no emplease únicamente las copias de los romances ya impresos, sino que, en alguna que otra ocasión introdujese aspectos propios de su creatividad, con lo que en ocasiones viene a alterar el contexto de algunos romances, no solo de los relativos al Cid, sino de otros más modernos, con lo que los reforma.
Pensemos que nos encontramos en el siglo XVII, un siglo más tarde, confiriéndoles una nueva visión, que terminó por imponerse gracias a la gran cantidad de reimpresiones del texto y que vino a mantenerse viva hasta mucho tiempo después, siglo XIX, de modo que el mismo Don Ramón Menéndez Pidal, en su Romancero hispánico, diera a conocer una de las primeras valoraciones de los romances recopilados y publicados por Escobar, realizando, además, “la primera tentativa de identificación de sus fuentes, según el texto ampliado (102 romances) de las series españolas.”
La inmensa mayoría son  poemas eruditos o artificiosos que, generalmente se nutren de las fuentes ya reeditadas como los “Romances nuevamente sacados de historias antiguas”, debidos a Lorenzo de Sepúlveda (1551, etc.), del que tomó 26 romances. Después, hace lo propio con 20 del Romancero General de 1604; 2 con la Segunda Parte del Romancero de Miguel de Madrigal, 1605, y otros 2 del Romancero Historiado de Lucas Rodríguez, 1582, aunque, sin duda, la mayor parte de las fuentes empleadas por Escobar permanece desconocida: así, 40 [sic, por 42] romances de los que se desconoce su publicación anterior, aunque, más tarde dirá que “Escobar tomo cinco de Timoneda…, otros cinco del Cancionero de Amberes…”, etc.
Con lo que, los ciento dos romances de que constan las series españolas, los atribuyó de la siguiente forma: 42 a fuentes desconocidas; 26 procedentes a Sepúlveda; 20 al Romancero General de 1604; 5 a Timoneda y otros 5 al Cancionero de romances de Amberes, y 2, a Lucas Rodríguez; fuentes que también podrían aplicarse a los 96 romances lisboetas, según fueron pensados por Escobar para su romancero, ya que de los seis añadidos en las series españolas, cinco pertenecen a una fuente todavía desconocida y el otro se corresponde con uno de los dos hallados en la obra de Lucas Rodríguez.
A pesar de todo lo anterior el Dr. Askins es del parecer de que todos los textos que Escobar utilizó en beneficio propio, como hemos podido comprobar, llegan a ser sorprendentes, puesto que las dos colecciones romancísticas mayoritarias estaban al alcance de la mano de cualquiera en aquellos tiempos, es decir, a principios del siglo XVII, aunque también pudo haber manejado otras fuentes de menos interés.
Esto solo podría afirmarse con claridad en caso de haber conocido otros textos de los que también se sirvió como fuente en notable proporción y que, tal vez “¿Representan una fuente única, de importancia primaria, desconocida en la actualidad? Poco probable. ¿Atestiguan el aprovechamiento de fuentes diversas: libros, pliegos sueltos, y manuscritos? Parece algo más probable.”
 (Continuará)
José Ramón López de los Mozos



[1] De gran interés es la nota en la señala:
Confesamos que, mientras tuvo feliz resolución la busca de la edición de la Crónica que dio sus licencias a la edición de Córdoba, ha sido frustrada la identificación del supuesto libro de Selma. Todavía está por esclarecer la bibliografía de las varias Historias y Crónicas en prosa del Cid, y a ello se dedica actualmente nuestro colega Don Felipe R. Camarero Maldonado.
[2] Entre ellos, por Don Carlos Murcia de la Llana, hijo del Licenciado, por Don Diego de Cañizares y por Mateo de la Bastida.

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