sábado, 3 de diciembre de 2016

Una historia de Uceda

SANZ BUENO, Lupe, Historia de Uceda, La Autora, Madrid, 2016, 302 pp. [ISBN: 978-84-608-5965-9].
Lupe Sanz Bueno es una auténtica enamorada de Uceda, como así lo ha venido demostrando desde hace años a través de la edición de numerosos trabajos sobre los aspectos más variados, especialmente acerca de la Virgen de la Varga, de cuya bibliografía es gran conocedora. Hoy traemos a nuestro Baúl de libros la segunda edición de su libro Uceda: Notas sobre su historia, arte y costumbres (1988), aunque con otro nombre más sencillo -Historia de Uceda- y algo aumentado, sobre todo en los temas etnográficos.
Comienza el libro desentrañando la posible etimología de la palabra Uceda, para la que ofrece varias versiones: celta (aunque más bien podríamos decir celtibero-romana), que la hace similar a Segeda…; musulmana, con significado de `cueva amparo de ladrones´ (quizá pensando en Uzera); latina, como derivada de Vescelia, o tal vez Ucia, citada por Ptolomeo. Además del vocablo `ulex´, quizá más acertado, que significa `brezo´, y un origen geométrico (?), ciertamente disparatado.
Sigue una breve exposición de los distintos aspectos geográficos que la han conformado a lo largo de milenios, y da paso a su historia propiamente dicha, que parte del paleolítico, extendiéndose sobre las cuevas del Reguerillo (en el Pontón de la Oliva) y del Aire, así como en las estaciones musterienses de las proximidades de la ermita de la Virgen de los Olmos, hasta llegar al mundo romano. Una segunda fase histórica trata de los visigodos y los musulmanes (siglos V a X), dedicando un espacio importante al castillo, probablemente islámico en sus orígenes y hoy prácticamente arrasado, que se encontraba ubicado en el borde de una meseta, rodeado por el barranco de la Charcuela, mirando hacia el Jarama. Castillo muy codiciado en la Edad Media y muy estimado por los arzobispos toledanos, que lo recibieron como donación del rey Fernando III. Siguen algunos aspectos históricos correspondientes a la reconquista y posterior repoblación (siglos XI y XII). 
Hasta el momento parece ser que la primera mención de Uceda figura en el Cronicón del Silense y vuelve a aparecer en las crónicas que relatan las conquistas de Alfonso VI en 1085. También aparece, entre otras localidades, en el Cronicón de don Pelayo:
Et cum praedictus Rex milita anima haberet militum, persustravit omnes Civitates & Castelle Sarracenorum, & accepit, dum vixit, constituta tributa eorum per unumquemque annum, & depopulavit, & devastavit, & depraedavit multas Vicitas ipsorum, & vi obsedit Civitates Sarracenorum, & cepit eas, & Castella. Similites cepit Toletum, Talaveram, Sanctam Eulalian, Maqueda, Alfamin, Talamancam, UZEDAM, Guadalfajaram, Fitam, Ribas, Caraquei, Muram, Alarcon, Alvende, Confocram, Ucles, Massatrico, Concham, Almudovar, Alaet, Valeranicam.
Al siglo XII pertenecen los restos románicos de la iglesia de Nuestra Señora de la Varga (que es tanto como decir `cueva´ o `balma´), una de las tres que existieron antiguamente. La fecha de su existencia se conoce gracias a un documento transcrito por el P. Fita en su libro Madrid desde 1203 a 1227, sobre la venta que de una posesión en Carrascosa hizo Rodrigo Díaz a Juan, abad del monasterio de Bonaval, cuya escritura se hizo ante la puerta de Santa María de Uceda (1204), aunque, según otros autores, el documento aluda tal vez a otra iglesia de la misma advocación, anterior a la que citamos. Este capítulo se completa con otro destinado al estudio de las marcas de cantero existentes en los muros de la iglesia románica existente.
Al estudiar este periodo no podía faltar la mención a San Isidro Labrador y Santa María de la Cabeza, cuyos datos proceden en gran parte de los manuscritos de Bernardo Matheos.
Otro apartado, no muy frecuente en este tipo de ediciones, es el titulado “Sigilografía ucedana”, en el que se da a conocer el sello concejil de 1258 -que se conserva en la catedral de Toledo- pendiente, junto a otros tres sellos más, de un documento acerca del pleito sostenido entre el Concejo de Uceda y el monasterio de Bonaval sobre el disfrute de una dehesa. El sello de Uceda mide 77 mm. de diámetro y pende de un cordón de lino amarillo. Su anverso representa “una torre con almenas y a cada lado muralla también con almenas, sobre estas una estrella y en la torre una bandera con 4 farpas, indicándonos probablemente los cuatro distritos que tenía el Concejo”. En el reverso “Creciente lunar rodeado de 9 estrellas. La leyenda igual por ambas caras, entre dos gráfilas es: + SIGILLVM CONCILII UZETENSIS”; apartado que continua con la heráldica conservada en la localidad: escudos empotrados en edificios (casas blasonadas) y escudos grabados sobre numerosas losas sepulcrales de la iglesia. Y continuar con otros aspectos históricos como  la primera exención, datada en el siglo XIV.
Otro capítulo interesante es el destinado a recorrer la villa medieval, en el que se lleva a cabo un estudio sobre el castillo y las murallas, con mayor profundidad que el anterior, así como de la puebla arábigo-cristiana, que da pie al complementario de la aljama judía, estudiada por Cantera Burgos, quien señala que, según el Padrón de Huete, la judería de Uceda debía contribuir con 1439 maravedíes en 1439, llegando a los 10.900 en 1491 (aunque en algunas ocasiones Uceda tributaba junto a Tamajón). Lupe Sanz recoge algunas ventas a judíos y de judíos a cristianos para, seguidamente, tras mencionar la sinagoga, recoger multitud de nombres de judaizantes habilitados en 1497 por la Inquisición.
Otros capítulos tratan de la estancia del rey Juan II en Uceda, quien estableció en la Varga una memoria dotada, así como numerosas exenciones, como la del pago del montazgo; Cisneros arcipreste de Uceda, hecho bastante enmarañado hasta la publicación del trabajo del P. José María Pou y Martí (“El cardenal Cisneros, arcipreste de Uceda”, en Archivo Ibero-Americano, XIII, 1920, 413-417), que aclaró suficientemente el asunto; “Iglesias, ermitas y conventos”: de los hubo un convento franciscano fundado en 1610 y ninguna cartuja, como se ha venido sosteniendo, sino una serie casas, situadas entonces en la calle del Norte, dependientes de la cartuja de El Paular y destinadas a recaudar las tercias reales del arciprestazgo ucedano; varias ermitas como las de la Soledad, San Roque -la única que se conserva actualmente-, San Lázaro y las iglesias de Santiago y San Juan, en las que trabajaron diversos artistas y artesanos como Juan Bosque (1613), Andrés de Lope y Pedro López (1606), Bernardo Henríquez, platero; Felipe y José Sánchez (1621), Pedro Remoroso y Juan Bolado, campaneros (1613), etc.
A partir de este momento, mediados del siglo XVI, comienza el declive de la población debido, en parte, al fallecimiento de Isabel “la Católica”, la llegada de Carlos V acompañado de un séquito flamenco y los numerosos conflictos con los pueblos de su alfoz. Precisamente con la llegada al trono de Felipe II tiene lugar la redacción de las Relaciones Topográficas, entre las que se conservan las de Uceda (Biblioteca del Real Monasterio de El Escorial) en las que se recogen algunos datos de interés sobre el capitán Bolea y sus hazañas en las guerras de Flandes acompañando a Carlos V, siendo el primero en atravesar el río Elba a nado, con la espada en la boca, para alcanzar las barcas de la orilla contraria y construir un puente por el que las tropas pudieran atravesar el río, aunque, en realidad, dicha acción no fuera llevada en exclusiva por Bolea, sino por once soldados, según el relato de Bernabé de Busto, cronista del emperador Carlos, en La Empresa e Conquista Germánica.
Continúa el libro con la venta de Uceda al duque de Lerma, confirmada en 1610, de donde surgiría después de ducado de Uceda.
Tampoco faltan los interrogatorios de Lorenzana y del marqués de la Ensenada, que tantos datos aportan sobre la villa. Y, del mismo modo que estudiaba más atrás la figura del capitán Bolea, también lo hace sobre la figura del que fuera cura de la parroquia de Nuestra Señora de la Varga desde 1709 hasta 1726, don Bernardo Matheos,  autor del Libro primero de la Antigüedad venerable y aparición milagrosa de la sacrosanta imagen de Nª Sª de la Varga, compuesto por nueve capítulos y del Tratado segundo de las innumerables maravillas y estupendos milagros de Nª Sacrosanta Imagen, que contiene ocho. Acto seguido se ofrece un amplio estudio sobre la Virgen de la Varga: su aparición, la imagen, lo que de ella se dice en las Relaciones…, algún grabado, la novena y la loa.
Siguieron las desamortizaciones y las grandes obras durante el siglo XIX en que se hicieron los puentes, el Pontón de la Oliva, el ayuntamiento, la casa cuartel de la Guardia Civil, etc. Quizá algo fuera de lugar se encuentra el capítulo referente a la nueva iglesia, llevada a cabo gracias al cardenal Silíceo a finales del siglo XVI.
El libro va finalizando con otra serie de estudios acerca de la Uceda Moderna (siglos XX y XXI); la expropiación de 1.500 hectáreas destinadas a la instalación de la Brigada Paracaidista; algunos datos sobre su demografía; un apartado sobre los personajes más destacados; la agricultura y la ganadería; enseñanza y cultura; sanidad, y un amplísimo capítulo sobre su etnología y folklore, comenzando por la vivienda, la gastronomía, el cardado de la lana, la música tradicional y numerosas fiestas, entre las que figuran el Carnaval, San Antón, Jueves de compadres y comadres, San Isidro, Santa Águeda, la Purísima, la Fiesta de la Cerca, la Cruz de Mayo, la Virgen de marzo, las Candelas, el Corpus, los Reyes Magos y el Belén viviente, la función de agosto y la feria y fiesta de septiembre, además de numerosos juegos y apodos, concluyendo con una amplia bibliografía y una cronología histórica de gran utilidad.
Un libro amplio en contenidos que abunda más, como suele ser normal en este tipo de trabajos, en determinados capítulos de los que existe suficiente material, pero que de todos modos contribuye a conocer detalladamente multitud de aspectos poco conocidos o tal vez algo olvidados, destinado sobre todo a las nuevas generaciones que deseen conocer el pasado de su pueblo. Su lectura es cómoda y sin lugar a dudas, constituye un buen ejemplo, sencillo, de lo que deben ser los textos localistas, en los que verdaderamente, como decía don Juan de Contreras y López de Ayala, marqués de Lozoya, “se escribe la Historia de España”.
Bienvenido, pues, este libro, que tanto dice sobre este pueblo de Guadalajara.

José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS

        

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