sábado, 15 de octubre de 2016

Apasionado recital con Guadalajara de protagonista


MAÑUECO, Juan Pablo, Donde el Mundo se llama Guadalajara. Poesía, Novela, Teatro, Guadalajara, Aache Eds., 2015, 341 pp. [ISBN: 978-84-15537-84-7].

Juan Pablo Mañueco nos deleita, y al tiempo nos sorprende una vez más, con este libro que, sin duda, no pasará desapercibido para el lector, puesto que en él advertirá cómo se dan la mano una serie de elementos que, aunque utilizados por el mismo autor en otras ocasiones anteriores y posteriores a la edición de este Donde el Mundo se llama Guadalajara, aparecen claros y nítidos, como nuevos. Y es que la palabra escrita de Juan Pablo Mañueco tiene un sonido, un brillo especial, que la hacen distinta a otras.
Podemos decir que este libro recoge entre sus páginas, cuatro ingredientes, al menos, que lo harán grato y de amena lectura, incluso para quienes no estén acostumbrados a la lectura frecuente.

En primer lugar destacaríamos la afinidad existente entre él y la formulación de carácter musical, ya que comienza con un “preludio” y sigue con una “obertura”, a los que siguen las “arias”, los “adagios”, los rápidos “allegros” y los todavía más rápidos “prestos”, como prueba de una forma de comunicación realizada “no mal del todo”.

En segundo y tercero, que pueden ir perfectamente enlazados, la gran variedad de elementos geográficos, permítasenos la expresión, que su autor incluye, y de entre los cuales sobresalen especialmente dos: los paisajes y los paisanajes, puesto que como su mismo autor señala en el proemio: “es mi deseo y mi aspiración que no toque solamente un libro, sino que perciba el pálpito y el aliento de una tierra entrañable, diversa, heterogénea y apta para el vagabundeo y la andanza, como ahora va a intentarse acreditar a través de estos versos andariegos…”.

Se trata también, según sus palabras, de un país de países, donde se da la vida a través de una gran diversidad de paisanajes y gentíos, lo que en muchas ocasiones entraña tanto como decir soledades y abandonos, colmados de belleza inusitada, distinta, otra, dado que cada paisaje tiene la suya propia. Un espacio y las gentes que lo habitan que Mañueco va dando a conocer, nada menos, que a lo largo de ciento noventa y cuatro composiciones poéticas.

Sin embargo no nos encontramos ante una guía turística, un “baedeker”, al uso, ya que, por el contrario la abundancia de datos ha sido sustituida por los paseos a  lo largo y ancho de la capital de la provincia, ruando sus calles, mirándolas con ojos internos, como si sus balcones y las flores que los decoran fuesen nuevos y distintos a los tantas veces vistos, los tejados, las gentes; para, después, seguir con las comarcas de la tierra alcarreña por antonomasia. “Enumeración que ya, de por sí, nos va insinuando la heterogeneidad de lugares que nos aguarda”.

Sigue más algo que ya hemos insinuado antes: el que junto a la poesía, principal modo de expresión empleado en el libro, también se use la prosa y, en algunas ocasiones, el teatro o, si se quiere, la acción dramática. Y es que la narración se presta mejor, por ejemplo, a la descripción del curso que siguen las aguas del río Henares, desde su nacimiento en las tierras seguntinas de Horna, hasta que crece y se hace grande a su paso por Guadalajara, después de haber recibido, casi gota a gota, las aguas escasas de otros ríos menores, casi arroyuelos, venas minúsculas de agua, que le llegan desde los montes de su izquierda, mientras que la representación dramática servirá para trasladar al lector al remoto medievo, donde podrá escuchar aquella hermosa jarcha del siglo X, “Tanto amare, tanto amare. / Habib, tanto amare! / Enfermaron olios nidios, / E dolen tanto male”, hoy por hoy quizá la primera composición en que aparece el nombre de Guadalajara. Luego saldrán al tablado escenas entresacadas de los poemas del Juan Ruiz, arcipreste de Hita y de don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, entre otros.
Finalmente, cabría hacer referencia a la estructura de una mayoría de los poemas utilizados. Algunas “humoradas” -gotas de humor que alivian de las fatigas del camino-, “glosas” sobre motivos tradicionales castellanos, que son interpretaciones libres de cancioncillas cuya idea principal ya figura en los cancioneros de los siglos XV y XVI, y cinco composiciones denominadas “ribereñas”, compuestas por dos o más quintillas separadas entre sí por un estribillo independiente que va rimado con sus iguales, que introducen variaciones estróficas. También emplea el “torrente consonantado”, estructura alterna de serie indefinidas de ocho versos de catorce sílabas con rima en oleaje, las “liras alcarreñas”, que repiten el esquema de rima alterna en oleaje sobre la estructura de la lira clásica:

“Lo que sigue es agreste, / Iluminado azul, dueño del cielo, / Rozando a lo celeste. / Albar nube en revuelo / Siguiendo el viaje de su lento vuelo. // Alcarria en grato suelo, / La Campiña de Henares por el Este, / Con Sierra en terciopelo. / Áspero hocico geste, / Recio de altas cumbres como brava hueste. // Restando hacia el Sudeste  / El beso del Alto Tajo, en consuelo / Ñudoso en que se apreste, / A cada amplio riachuelo, / Señorío de Molina en luz en rielo. // Alcemos de belleza su ancho velo / y el resto de Alcarria igual se orqueste, / en versos que por vosotros ahora mismo ya cincelo. / ¡Qué fermoso apunta el sol al viaje que ya enhieste!”.

 y el “soneto alcarreño” al que, a veces, se le añade un largo estrambote asonante, dotándolo de una especial musicalidad.

Finaliza el libro con un epílogo, varios poemas urgentes y tres villancicos y otros tres poemas. Uno de ellos es este “soneto alcarreño” de gran belleza y profundidad.

EL DONCEL DE SIGÜENZA
Mientras lee Martín de tal manera y suerte,
Ante la que cabe esperar más armoniosa vida,
Resta algo aquí, tras haber restado en una ya dormida
Transición de ésta a otra postrera a la propia muerte.

Incluso el menos piadoso, al ver la blanca y vestida,
Noble figura y armadura de alabastro, advierte
Vida tras esos ojos, que más vida inserte
A la batallada jornada en que descansa de su vida.

Záfase tanto el riesgo eterno de la muerte
Que Vázquez, el lector, parece en ésta, aún permanecida
Un aura de ella haber dejado asida,
En espera de que el dormido caballero se despierte.

Zona vivaz de grato reposo es la capilla gótica esculpida
De modo tan bello y agradable que de Arce convierte,
Antes bien, entero, en jardín de belleza que aún oferte
Rango y promesa de nueva vida que añade a esta terrena vida,

Con murmullo suave de piedra sosegada en que se advierte
ESTAR A LA VIDA REQUIRIENDO EN ELLA con voz leve nueva
vida, vida, vida…

Cuando el lector termina de leer la obra, se queda pensativo. Hay cierto bienestar mental, cierta tranquilidad y laxitud. Pareciera que el hombre acaba de hablar consigo mismo con total sinceridad y recuerda su inmensa pequeñez. Y se le pasan por el magín numerosos fotogramas ruados y veloces… La tristeza en el mundo, la soledad del hombre en el momento de mayor desarrollo de las comunicaciones, el hambre de muchos y el despilfarro de tantos, las guerras para vender armas y reconstruir los países asolados con esas mismas armas. El desamor. El hombre en su entorno, en su geografía existencial.

Sí, piensa quien esto escribe que quizá este libro sea motivo de salvación, por eso recomienda su lectura pausada, saboreando su contenido, con la lentitud que la obra requiere. Y si no sirve de tabla de salvación al menos que sirva para pasar un tiempo agradable.


No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tu opinión sobre este libro nos interesa. Escríbela aquí.