sábado, 27 de febrero de 2016

Reliquias y relicarios en Sigüenza

PECES RATA, Felipe-Gil, Reliquias y relicarios en la Catedral de Sigüenza, Sigüenza, El Autor (Gráficas Carpintero, S. L.), 2015, 134 pp. [Depósito Legal: GU-179/2015].
Estamos, como señala Jesús de las Heras en su “Carta al lector” -una especie de introducción al texto de Peces Rata-, ante un libro que habla de reliquias de mártires, santos y beatos, que es tanto como decir de sus recuerdos físicos y sensibles, por diminutos que tales restos sean, de sus personas y de sus vidas pasadas y, también, de las cajas o estuches donde se guardan dichas reliquias, es decir, de los relicarios, generalmente realizados en metales preciosos y de forma artística, aunque sabiendo de antemano que la fe no se basa en reliquias, sino que las reliquias sirven para que recordemos a quienes han sido maestros en la fe, a los que han sido, son y serán santos.
También sirve este libro, Reliquias y relicarios…, para tener otro motivo mediante el que poder profundizar más en el conocimiento de la catedral de Sigüenza, que no sólo alberga y custodia obras de gran envergadura artística.
Por ello, poco más adelante, en su “Isagoge”, -que viene a ser el primer capítulo de los XIV que componen el libro, casi todos muy breves-, el propio autor nos refiere que hacía mucho tiempo que tenía in mente escribir este libro, con el que poner las reliquias existentes en la catedral al alcance de los devotos, amén que su propósito principal haya sido -al contemplarlas- su posible identificación, porque al poner de relieve su valor espiritual y el valor artístico de los relicarios, se hace posible su conservación, que es otra de las finalidades del libro.
Y es que el culto a las reliquias forma parte del acervo cultural de los pueblos, especialmente de los restos mortales y objetos que pertenecieron a personas santas, por lo que este culto es una variedad del culto a los santos. De modo que el Concilio Vaticano II dijo que: “De acuerdo con la Tradición, la Iglesia rinde culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas” (Sacrosanctum Concilium, 111), así que las expresiones más comunes de ese culto a las reliquias sean:
- Ponerlas en relicarios (para que se puedan ver y besar).
- Verlas detenidamente (en actitud admirativa, para lo que usan relicarios que permiten fijar la vista en la reliquia a través de un cristal).
- Orar ante las reliquias (tanto en grupo como individualmente).
- Acoger las reliquias de santos que visitan determinados lugares (como, por ejemplo, la multitudinaria acogida que recibieron las de Santa Teresa de Lisieux en su visita a Sigüenza).
- Encomendarse al mártir o santo cuando se visitan o besan sus restos.
- Suplicar y esperar favores o la curación de determinadas enfermedades, orando junto a la tumba del santo o ante sus reliquias.
- Encender velas y adornar con flores sus restos.

Otro aspecto que se analiza es el correspondiente al “Valor espiritual de las reliquias”, que procede de los primeros siglos del cristianismo y adquiere un mayor protagonismo tras el Concilio de Trento, ya que a través de las reliquias se preserva la memoria de las personas, al tiempo que nos ponen en contacto físico con los cuerpos de los santos, además de la comunión espiritual con ellos existente.

Por otra parte, también se atribuye a algunas reliquias determinadas propiedades prodigiosas y curativas, así como a algunos santos se les reconoce una mediación concreta para sanar determinadas enfermedades. Por eso, en tiempos medievales, las reliquias reflejaron el prestigio espiritual y el gran poder económico que adquirían sus poseedores: catedrales, monasterios, parroquias, reyes y nobles, que llegaban a acumularlas como verdaderos tesoros.

El apartado V se dedica a los relicarios siguiendo para ello la definición del DRAE: “Lugar donde están guardadas las reliquias, en caja o estuche, comúnmente precioso, para custodiar reliquias u objetos de valor sentimental”, para seguir su evolución artística y su ubicación en el espacio arquitectónico religioso, desde las primitivas y delicadas arquetas que contenían restos óseos, hasta el esplendor de los relicarios góticos y barrocos conteniendo brazos, manos, bustos y cuerpos enteros, junto a los que existen otros, de menor tamaño, generalmente portátiles y de uso personal, llamados encolpios, a modo de cajitas de diferentes formas (cúbicas, cilíndricas, circulares, ovaladas, cruciformes, etc.), que mediante una anilla y una cadena se pueden colgar al cuello y que, normalmente, constituyen dos grupos: cruces pectorales (cuyo reverso está excavado por alvéolos ovales con cabujones que se cubren con un cristal para albergar y ver las reliquias) y medallas.

Por otro lado, como ya hemos dicho, se da cuenta de los espacios arquitectónicos en función de las reliquias, siendo los más frecuentes la sacristía, que antiguamente fue e lugar apropiado para conservarlas, puesto que allí podían mantenerse ocultas y mostrarlas, en determinadas ocasiones, a los fieles; la capilla-relicario, espacio alternativo en su uso, en el que unas veces se podían ver las reliquias -ya que se guardaban tras una reja por razones de seguridad y por alejamiento reverente, cual es el caso de la Capilla de las Reliquias de la pulchra seguntina- y, en otras, permitir la presencia de los devotos, abriendo la reja; el retablo-relicario cerrado, que era el más empleado para ocultar, proteger y evitar manipulaciones y robos, y el retablo-relicario abierto, en el que se muestran permanentemente las reliquias, aunque contando con la debida protección. En este último caso las reliquias se albergan en bustos-relicarios antropomorfos, realizados en maderas nobles y adornados con pedrería, que posibilitan el contacto directo.

Seguidamente habla Peces y Rata del registro, inventario e identificación de las reliquias, que solía hacerse certificando su autenticidad a través de un documento -“la auténtica”- que la corroboraba con el fin de evitar posibles errores en la veneración de aquellas que pudieran ser dudosas o poco creíbles.
La relación de las reliquias existentes se mostraba a los fieles mediante cartelas que permitían dirigir las plegarias hacia una u otra reliquia.
La autorización a que fuesen expuestas en un templo equivalía a la canonización.
A todo lo anterior se añadía la denominación de cada relicario, inscribiendo el nombre del mártir, santo o beato en su peana o en la propia teca.
Pero ¿qué pasa, añade Peces y Rata, cuando se comete un error con las reliquias? Absolutamente nada, porque en la religión cristiana no existe el llamado “culto a la personalidad”, ya que el culto siempre es a Dios. Y ese es el caso que se dio en la Capilla de las Reliquias hasta 1810, cuando la soldadesca francesa asaltó la catedral en busca de tesoros, y las reliquias y sus auténticas quedaron esparcidas por el suelo, hecho que recoge don Manuel Pérez-Villamil en La Catedral de Sigüenza y que da paso a un nuevo apartado titulado “La Capilla de las Reliquias en la catedral de Sigüenza”, en cuyo frente existen varios compartimentos que contenían las cajas, bustos y demás relicarios, altar  que se cierra con grandes puertas de librillo bellamente trabajadas en el siglo XVII.
De este momento son también las vitrinas laterales, en las que pueden verse numerosos bustos-relicario.
Y, una vez descrito el relicario, se añaden algunos datos acerca del catálogo de las reliquias que contenía antes de la citada invasión napoleónica, puesto que la mayor parte no existe hoy.

Finalmente, -antes de la relación de las reliquias que hay en la catedral, veintiséis en total, y de la relación de los relicarios existentes, trece-, el capítulo X se destina a dar a conocer los datos contenidos en un memorial del Archivo, sobre las tropelías causadas por la francesada, consistente en la revisión y colocación de las reliquias que quedaron en la capilla de su nombre a resultas de los saqueos.

La relación de las reliquias se hace de la siguiente manera: N.º 1. S. Blas, obispo y mártir. 3 de febrero. N.º 2. Ex ossibus S. Aniceti, P. M. 17 de abril… y la de los relicarios: N.º 1. Cruz-relicario. N.º 2. S. Sebastián, mártir. 20 de enero…
Después se da paso a las descripciones de las reliquias, que consta de dos páginas: una de texto (N.º 1. San Blas. Hagiografía, el relicario -a veces la inscripción de la auténtica- y también en ciertos casos algunos datos sobre su autoría (restauraciones, punzones de platero, etc.) y en la página contigua la fotografía correspondiente, en color (páginas 36-99), y a la de los relicarios, de forma semejante a la anteriormente comentada (páginas 100-125).

Tras el epílogo y una sencilla bibliografía compuesta por veinticinco títulos, aparecen unas líneas dirigidas “Al lector”, en las que el autor del libro manifiesta la buena voluntad, el sacrificio y el trabajo que ha puesto en su redacción y edición, pero especialmente y por encima de todo lo demás, el cariño y el entusiasmo: “Recibe lo poco que he dicho, en lugar de lo mucho que se pudiera decir, y que Dios te guarde”. Explicit feliciter.

Sin duda un libro interesante para conocer este mundo tan poco estudiado, y que constituye una aportación más al conocimiento de esa urna de joyas artísticas que es la catedral seguntina. Un libro que servirá de guía para recorrer las lipsanotecas en ella custodiadas y comprender mejor la mentalidad religiosa de nuestro pasado.



José Ramón LÓPEZ DE LOS MOZOS      

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