viernes, 1 de noviembre de 2013

Una historia de la Casa de Guadalajara en Madrid

GISMERA VELASCO, Tomás, Guadalajara en la savia de Madrid. Casa de Guadalajara: origen, pasado y presente, Madrid, Casa de Guadalajara en Madrid (col. Arriaca, n.º 12), 2012, 368 pp. Sin ISBN.

El libro que hoy comentamos, Guadalajara en la savia de Madrid, que lleva por subtítulo Casa de Guadalajara: origen, pasado y presente, es de gran interés para todos aquellos que se sientan verdaderamente guadalajareños, -es el número doce de la colección Arriaca que viene editando la Casa de Guadalajara en Madrid, en esta ocasión gracias al patrocinio de Autoescuelas Gala -mecenazgo raro en nuestros días- con motivo de la celebración del LXXIX Aniversario de su fundación (4 de junio de 2012)- y se divide en doce capítulos y tres anexos.
No se extrañe el lector del elevado número de páginas que contiene, puesto que Tomás Gismera, su autor, es un hombre valiente en lo que a escritura se refiere y no le tiembla el pulso a la hora de dejar constancia de todos y cada uno de los temas que trabaja, por nimios que éstos puedan parecer, cosa que viene demostrando desde hace algún tiempo a través de la edición de numerosos libros como La Caballada de Atienza (Zaragoza, 1994 y 2.ª edición, Guadalajara, 2009), Francisco Layna Serrano, el Señorde los Castillos. Otra historia de Guadalajara y José Antonio Ochaíta. La voz de la Alcarria (Guadalajara, 2002, ambos), El vuelo del Cuatro Vientos. La última hazaña (Sevilla, 2008), Guadalajara en los tiempos del cólera (1834-1885). La provincia bajo la epidemia (2012), además de otros de narrativa y poesía, así como la revista digital mensual Atienza de los Juglares, que ya dimos a conocer a través de estas mismas páginas.
La historia de la Casa de Guadalajara es la historia de las gentes de Guadalajara, de sus pueblos, que a lo largo del siglo XX vieron llegar su decadencia por culpa de la emigración, hasta quedar abandonados, y se refugiaron en amor y compañía en ese centro de acogida y comprensión, para recordar sus lugares de procedencia y comentar los viejos tiempos. Todo eso que Tomás Gismera define como “el éxodo, la aventura, el sueño, la esperanza y el testimonio de quienes un día tuvieron que marchar sin querer dejar de ser parte de Guadalajara”, que eso es, al fin y al cabo, la Casa de Guadalajara en Madrid, un a modo de embajada de la tierra alcarreña por antonomasia en la capital de España.

Por eso el libro trata de reflejar las ilusiones de cuantos salieron de su tierra y quisieron hacerla más grande desde la lejanía y, por eso también, comienza haciendo un recorrido por aquella intrahistoria dolorosa de las carencias de los pueblos para mejor entender las causas que motivaron ese éxodo a que hemos hecho referencia y la posterior unión de los que se fueron bajo un mismo techo de acogida, en busca de las soluciones necesarias para que otros como ellos, paisanos, no dejaran sus pueblos.
Ese es el meollo del libro, que se completa con multitud de datos tomados fundamentalmente de los archivos de la propia Casa de Guadalajara en Madrid, donde también se conservan los fondos documentales pertenecientes a la tertulia “La Colmena”, origen de la primitiva Casa, además de sus propios boletines y ediciones y las colecciones de la prensa provincial, así como alguna que otra memoria puntual del antiguo Centro Alcarreño de Madrid, poco conocida por los investigadores actuales.
Partiendo de lo dicho hasta aquí, el libro comienza su andadura con datos referentes a la migración y la población de la provincia de Guadalajara entre los años 1860 -cuando tenía 204.626 habitantes de los que 105.005 eran varones- y 1999 y analizando las causas de la emigración entre dicho año de 1860 y 1936, que posteriormente estudiará en fases: la primera, de finales del siglo XIX y comienzos del XX; la segunda, que abarcaría los treinta primeros años del siglo XX, aproximadamente; la tercera, comprendida entre 1940 y 1970, y la cuarta y definitiva, que desde 1970 llega hasta nuestros días. Los datos son numerosos e interesantes.
Otro capítulo, consecuencia de lo arriba consignado, se dedica al análisis de la integración de aquellas gentes así como a la difusión cultural entre los emigrantes, que dio lugar al nacimiento de las denominadas casas y centros regionales, uno de cuyos apartados trata de la fundación del Centro Alcarreño de Madrid, antecesor de la Casa de Guadalajara y del que ésta tomará gran parte de su reglamento interno. Su fundación se debió al empeño de Ramiro Villarino Campero, personaje relacionado con Mondéjar y con Usanos, quien siguiendo el ejemplo del Centro Gallego propuso a través de las páginas del periódico Flores y Abejas la idea de su creación, según puede leerse en su crónica “¿Y por qué Guadalajara no?”
A dicha pregunta respondieron tres alcarreños: Miguel Martínez Cobeña, Pedro Marco Nicolás y Víctor Nadal García y la respuesta de la prensa provincial también fue favorable e inmediata, llegando el número de adhesiones para la constitución del Centro a las 250. Entonces es cuando comienza a barajarse en nombre que dicho Centro debería llevar, que no fue otro que “Alcarreño, que es el título por el que se nos conoce en el resto de España”.
La fiebre por llevar a buen puerto la creación del Centro Alcarreño crecía día tras día y su constitución definitiva se efectuaba el día 20 de mayo de 1903, en un salón del Fomento de las Artes. Los socios eran casi trescientos, que apruebaron por unanimidad el Reglamento, sus fines y la representación que cada uno de los partidos judiciales debía tener... pero, al poco, como suele ocurrir en estos casos, la espuma bajó cuando  se perdió el gas de la ilusión y la respuesta administrativa de los ayuntamientos de la provincia fue nula, de manera que “... la Junta Directiva del Centro, entendiendo que ha cumplido el papel para el que fue elegida, la constitución y puesta en marcha, presenta su dimisión a la vez que convoca Asamblea General de la que ha de salir la que de forma oficial materialice todo aquello que queda por hacer”.
Y así se hizo.
Luego el Centro Alcarreño tendrá un tiempo de vida, generalmente no muy boyante, hasta su cierre definitivo en marzo de 1909, acuciado por las deudas, hasta que en 1929 surgiese la idea de crear una Casa Cultural de Guadalajara en Madrid, curiosamente gracias a un grupo de personas que acudían a trabajar a Madrid durante la semana y regresaban a sus casas el sábado, según consta en el recuerdo, que transcribimos a continuación, de Santos Sánchez Rodrigo, titulado “Perfiles alcarreños. La Colmena” y publicado en El Alcázar, página de Guadalajara del 7 de abril de 1947:
“Ocurría hacia el año 1929. Muchos alcarreños vivíamos en Guadalajara, pero el destino quiso que nuestros centros de trabajo nos llevasen a Madrid. Todos sintiendo pena al dejar Guadalajara, seguíamos con la casa puesta en la capital y salíamos a trabajar a Madrid.
En el primer tren de las mañana partímos juntos, en amable camaradería, empleados, estudiantes, militares, mecánicos, comerciantes, artistas..., y era de ver lo bien que lo pasábamos esa hora de tren que nos separaba de Madrid. Esa hora de tren nos unía estrechamente, y al llegar a Madrid, la gran ciudad que nos recibía inconsciente, se desperdigaba la familia alcarreñista”.
En fin, al poco se crea una Comisión Gestora gracias a un pequeño grupo de amigos y conocidos que contacta con otras sociedades ya existentes, con alcarreños residentes en Madrid y con la prensa.
Flores y Abejas tomó el pulso a la realidad el 16 de octubre de 1932.
Es importante consignar que cara a la creación de la Casa de Guadalajara existieron dos corrientes: la de quienes trataban de gestionar el contacto anteriormente mencionado, y la Liga Alcarreñista, capitaneada por Francisco Layna Serrano, que impuso ciertas condiciones para su integración:
“Si la casa ha de ser solo un casino para matar el tiempo seré el último, si ha de servir para exaltar el espíritu regional, divulgar sus atractivos, realizar una obra de cultura, exponer o favorecer iniciativas e ideas que la beneficien, seré el primero”.
Así nació “La Casa de todos”, aunque su luz se apagaría de nuevo tras la guerra, cuando las casas regionales fueron intervenidas y la de Guadalajara pasó a formar parte de la de Castilla la Nueva.
Más tarde surgiría por parte de José Sanz y Díaz una nueva propuesta para la creación de La Colmena: “un ideal de altos vuelos, vínculo de unión entre el antes y el después”, puesto que en 1942 hubo un intento de reorganización de la anterior, que fracasó gracias a las temerarias propuestas del ya Cronista Provincial Layna Serrano. El acta de su constitución se firmó el miércoles 15 de enero del 47, pero también se vio frustrada, hasta que en 1960 surge una nueva iniciativa que esta vez sí fructifica y todavía da sus frutos: La Casa de Guadalajara en Madrid, cuya larga vida ha ido atravesando diferentes altibajos, como es normal en una entidad de esas características. La Casa que acoge a todos en la madrileña Plaza de Santa Ana.
Un libro interesante que tratando de un tema tan aparentemente árido se lee con total facilidad, haciéndose ameno por momentos.
Parece mentira -hemos oído comentar- que Gismera haya podido recoger tantísimos datos y los haya aunado de forma tan perfecta para dar ese resultado tan maravilloso que no es otro que el libro hasta aquí comentado.
Enhorabuena a Tomás Gismera por este libro... y también por los anteriores que tanto contribuyen a conocer este tiempo de la Historia patria tan poco conocido que es el mundo contemporáneo y que, tal vez por su propia cercanía en el tiempo, creemos conocer.

José Ramón López de los Mozos 

1 comentario:

  1. Enhorabuena a Gismera Velasco, por este trabajo tan enorme, tan concienzudo, que pone en valor una institución a la que los tiempos actuales está arrumbando. Pero que así destaca en todo lo que vale: como historia real, y apasionada, de una institución humana. Gracias, Tomás, por este gran trabajo.

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